Lo que aprendes después de 5 años soltera

¡No puedo creer que ya hayan pasado 5 años! Hasta hace muy poco tiempo, sentía que apenas el año pasado me despedí de ese gran (y desastroso) amor al que le lloré mucho tiempo.

Pero sí… este año cumplo 5 años soltera, y además de haberme dado cuenta de que #LaVidaNOesRosa y adueñarme del #SoySola, he aprendido montones de cosas sobre mi misma, sobre los hombres y sobre lo que quiero para mi vida.

Sí, ahora creo que con que tenga dientes es suficiente… pero para llegar a este punto tuve que llorar muchas lágrimas de las que una siempre aprende.

Así que a punto de cumplir 30 y siendo mi 5º año vagando por la soltería, puedo decir que aprendí:

  • Que el tiempo sí lo cura todo. No es choro y aunque cuando te lo dicen tus amigas las quieres aventar por la ventana, en realidad el tiempo sí cura todo. No quiere decir que olvides, pero sí deja de doler, eventualmente.
  • Que las lágrimas sí se acaban. Eventualmente, llega un momento en el que, aún cuando creías que nunca iba a pasar, se acaban. Un buen día ya no tienes más lágrimas que regalarle a tu historia perdida.
  • Que nada se olvida, ni se supera… sólo se aprende a vivir con y se sigue adelante.
  • Que una puede tomar malas, malísimas decisiones cuando está aburrida emocionalmente. De repente te encuentras invirtiendo tiempo (y más estupideces) en alguien que no vale ni poquito la pena.
  • Que la combinación entre aburrimiento emocional + ambiente de oficina suele resultar en tomar malas decisiones con gente que normalmente no hubieras volteado a ver si no tuvieras que pasar 10 horas enlatados en el mismo espacio.
  • Que si no tomas esas malísimas decisiones no sabrías que fueron malas.
  • Que es bonito eso de darle una oportunidad a las aventuras y a la gente diferente a ti… que se vale experimentar con personas con las que normalmente no saldrías, pero que esas historias en las que el chico raro se enamora de la chica popular son la excepción y no la regla.
  • Que muy pocas personas viven las ilusiones de Hollywood. Que las princesas también terminaron llorando por un marido infiel o porque no pudieron cumplir sus sueños. Que al final las historias que nos toca vivir son de carne y hueso.
  • Que una buena relación es la que te hace sentir segura y estable, independientemente de qué tan guapo esté o cuánto sexo tengan. Una buena relación es la que te hace sentir cómoda en tu propia piel, que te empuja a ser mejor persona… y que en la vida real eso significa tener a alguien que quiera ver series contigo un domingo, más allá de la fiesta y el sexo.
  • Que debes confiar en tus instintos… si desde la primera cita no hubo química, difícilmente la habrá después.
  • Que si fuerzas las cosas buscando la química terminarás involucrada emocionalmente con alguien con quien no deberías.
  • Que se vale decir clara y abiertamente lo que esperas y quieres de una persona… Y aceptar que si esa persona no quiere lo mismo, lo mejor es dejarse ir.
  • Que una ya no está para perder el tiempo con sexo mediocre, pero que en ocasiones es mejor tener mal sexo que nada de sexo.
  • Que ser honesta con una misma es indispensable… con los demás es opcional.
  • Que nadie es capaz de seguir sus propios consejos, no importa cuantas veces los hayas dado y cuántas veces hayas querido cachetear a tus amigas por cometer los mismos errores.
  • Que al final de todo, una siempre sabe cuando está a punto de quemarse, pero que cada paso y cada aventura valdrán la pena porque de eso se trata el viaje.

A estas alturas… con que tenga dientes

Esta viene siendo la frase con la que describo casi todas mis citas fallidas… A mis amigos les causa gracia, a mi empieza a parecerme realista.

Conforme pasa el tiempo las expectativas de la “pareja ideal” van cambiando. Cuando tenía 20 la lista de cualidades que debía tener mi hombre perfecto era extensa y seguramente incluía puntos como exitoso, guapo, barbón, alto, de buena familia, con maestría y casa de campo en Los Ángeles (por decir algo).

A los 25 la lista se hizo más realista: trabajador, ambicioso, con una carrera estable, que me haga reír y no esté feo.

A los 30 la lista se redujo: que tenga dientes.

Y por dientes me refiero a muchas cosas… En realidad los dientes es lo último en lo que me fijo de una persona (si les enseño la clase de dentaduras chuecas de las que me he enamorado se morirían de la risa), pero se ha convertido en una metáfora de que en realidad, a estas alturas, ya no busco nada en específico.

Espero que la vida me sorprenda. Si alguien me preguntara qué cualidades debiera tener mi hombre perfecto, seguramente seguiría pidiendo algo como una profesión estable, sueños y ambiciones, sentido del humor… pero todas esas cosas se van diluyendo conforme sales con chicos que tienen todo eso y ninguno resulta ser el gran amor de la vida.

Si la tendencia continúa y cada año que pasa en el calendario me hace menos exigente y más realista, creo que lo que en realidad quiero es una persona que esté ahí.

Y puede ser alto o chaparro (algo que a los 20 jamás hubiera aceptado), feo o guapo, barbón o lampiño, rubio o moreno. Muchas personas dirán que eso es conformarse… Otros nos hemos dado cuenta de que uno se enamora de lo que puede.

Las últimas relaciones que he tenido y las citas fallidas que se han acumulado en el historial no han funcionado por una simple razón: yo necesito a alguien que esté ahí, a alguien que no tenga que perseguir, alguien con quien no tenga que jugar al gato y al ratón, alguien que conteste los mensajes cuando los vea y quiera acompañarme a la fiesta de mi amiga no porque le encante convivir con ellas sino porque eso es lo que hacen las parejas.

A estas alturas… que tenga dientes para mi significa que será alguien que quiera estar ahí, que tenga ganas de caminar a mi lado, que sea feliz sólo pero lo quiera ser conmigo también.

Las expectativas de lo que es una pareja perfecta cambian todo el tiempo… Cambian con la edad, con las desilusiones, con lo aprendido en las relaciones, con las situaciones de vida que vamos atravesando.

Cada vez más nos alejamos de “mi hombre perfecto” para acercarnos más a las cosas que realmente importan: alguien nos haga feliz, sin más rollo.

Con esta idea me he animado a salir con chicos totalmente diferentes a mi, gamers, pilotos, hasta ingenieros o chavitos bien de toda la vida, alejados por completo de mi ideal de los 20 pero cada vez más cercanos a lo que necesito a mis 30.

Porque a estas alturas chicas… con que tenga dientes.

Cuando lloras por ti y tu historia perdida, no por él

Cuando era adolescente (digamos, hace como 2 años) pensaba que llorar por un ex novio que se quiso largar era lo más bajo de lo bajo que podemos hacer como mujeres.

¡Deja de llorar! Es la instrucción que todas recibimos de nuestras amigas cuando estamos tiradas al drama.

Llorar desconsoladamente a los 16 era impensable. Que el tipo en cuestión se enterara de que estábamos llorando por su partida era suicidio social.

Conforme pasan los años caes en la cuenta de que llorar es lo más natural del mundo y nadie debería intentar controlarlo… que si el tipo se entera o no es de lo más irrelevante, igual ya se había ido de tu vida y 3. Que cuando uno llora por un hombre en realidad no llora por él, sino por tu historia perdida y tus sueños truncados.

Esto lo entendí clarísimo hace poco, cuando una amiga tronó con su novio de 5 años. Ha sido su único novio, el que creyó que era el amor de su vida, al que le apostó todo y por el que hizo todo lo que se hace cuando uno cree que el amor es eterno.

Tenían planes a futuro, habían hablado de boda, casa e hijos. Ella tenía toda su vida planeada con él y de repente la historia se terminó.

Mi amiga lloraba a mares, lloraba todo el día, lloraba hasta en sus sueños y cuando hablábamos por teléfono me decía “es que no puedo creer que siga llorando por él, me siento fatal porque yo no soy el tipo de mujer que llora así por un hombre”.

Y ahí lo entendí. No, claro que ella no es el tipo de mujer que llora así por un hombre… en realidad ninguna lo somos. Ella lloraba por ella misma, por su historia echada a perder, por sus sueños tirados a la basura.

Es como si estudiaras medicina durante años, te dedicaras a ser la mejor doctora del universo, le invirtieras a tu carrera las mejores horas de tu existencia y al final, en algún punto de la vida, te dijeran que ya no puedes ser doctora nunca más.

¿No llorarían desconsoladamente? Si tu sueño siempre fue ser doctora, si le dedicaste a eso lo mejor que tienes y de un día para otro alguien más decide quitártelo, llorarías hasta acabarte los ojos.

Eso es lo que hacemos cuando un hombre se va… Además de las lágrimas que se tienen que llorar por las heridas dejadas, lo que más nos duele es el sueño arrancado de la nada. Es la idea que tenías de pasar tu vida junto a una persona y de hacer todos los planes que juntos habían construido para que en un momento te los tiren a la basura.

Creo que por eso lloramos y lloramos tanto. Y sobre todo creo que por eso vale mucho la pena llorar.

Cuando ellos se van a hacer sus sueños y sus planes a otra parte, nosotras tenemos que llorar por la parte de nosotras que se fue con ellos, por los hijos que no tuvimos con ellos, por el papá de esos hijos, por el esposo que ya nunca va a ser. Llorar por tu casa perdida, por la pareja que iba a estar a tu lado en las cosas difíciles de la vida.

Llorar por la vida que ya no tendrás con esa persona.

Claro que lloramos un poco porque los extrañamos, porque te gustaban sus besos, porque era divertido pasar las tardes con él, porque la rutina era agradable, pero lloramos profundamente por la persona junto a él que ya nunca vamos a ser.

Si lo vemos desde este lado, vale la pena llorar todo lo que haga falta hasta enterrar a esa persona que ya no eres. Ya no eres su novia, ni serás su esposa, ni serás la madre de sus hijos. Esa Sra. De Fulanito ya nunca va a existir y hay que asegurarnos de despedirla bien porque después del periodo de duelo que vas a vivir, toca construir a una nueva persona, con cosas de la que eras antes de haberlo conocido, con todo lo que aprendiste de la relación, con todo lo que ahora conoces de ti que no sabías y con todo lo que no estás dispuesta a volver a vivir.

Ella será una versión nueva de ti y esta nueva mujer merece toda tu energía, toda tu fuerza y ninguna lágrima. Así que la próxima vez que una amiga esté llorado por un tipo, dejémosla llorar hasta que se le acaben las lágrimas.

Porque en el fondo, las mujeres nunca lloramos por ellos… Lloramos por nosotras mismas.

 

 

Los consejos que nunca seguiremos

Cada vez que una de tus amigas cae con un patán (o con uno en potencia) te escuchas a ti misma diciendo algo como esto:

“¿Pero por qué pensaste que iba a ser diferente? ¿Qué, de tooooodo lo que ha hecho, te hizo pensar que esta vez iba a ser diferente?”

Mientras analizas mentalmente si es momento de mandarla al psicólogo… o si ya de plano el caso es de psiquiatra porque no es posible que cada tipo con el que sale tenga una historia similar.

Hasta que estás sentada en el banco de los acusados. En el diván de tus amigas.

Todas somos las mejores consejeras… pero jamás pondremos en práctica lo que sale de nuestra boca. Parece que las mujeres tenemos un arsenal de consejos increíbles para sacar a tus amigas del hoyo pero cada vez que se trata de no caer en el hoyo, se nos olvidan.

La semana pasada estuve con una amiga a la que le rompieron su corazón… por enésima vez, el mismo tipo. La historia es la misma que hemos vivido todas: una se enamora de puras ilusiones.

Pero mientras me contaba su más reciente pelea yo pensaba “bueno pero ¿qué necesidad? ¿Por qué se sigue poniendo de tapete? ¿Por qué le pide perdón? ¿por qué le importa lo que él piense? ¿Por qué es tan considerada con sus sentimientos si a él claramente no le importa?”

Preguntas que por supuesto le hice y se transformaron en consejos… “No amiga, es que no te pongas de tapete, que te valga si se siente ofendido por tu comentario… ¡a él le vale gorro herirte!”

Es tan común el consejo que llegó un momento en que nos quedamos viendo la una a la otra recordando cómo, hacía no más de un mes, ella me estaba diciendo esas EXACTAS palabras por un tipo al que yo le llevo una manzana diaria.

Mi historia con el tipo es muy diferente… y a la vez la misma: me enamoré de puras ilusiones. Y hace cierto tiempo él me rompió mi corazón, de una forma totalmente distinta, pero a la vez igual: valiéndole gorro mi existencia.

Y en ese entonces mi amiga era la mejor consejera y mientras yo le contaba como este tipo estaba hablándole de amor a Bety la Fea, ella pensaba “¿Pero por qué te pones de tapete? ¿Por qué pensaste que iba a ser diferente?”

Seguramente esto les ha pasado en más de una ocasión… seguramente han estado sentadas en ambos lados del diván y mientras les toca ser las consejeras seguramente han pensado que estaban dando el mejor consejo del mundo.

Y sin duda debe haber sido así… nuestra intuición nunca falla. Si en el estómago sentías que el tipo no era correcto para tu amiga, ¡seguro no lo era! Pero también debes haber sentido que el tipo con el que tú sales no es el correcto. Y decidimos ignorarlo.

¿Qué tal si, la próxima vez, cuando se prendiera la señal de alarma, cuando estuviéramos a punto de caer en el hoy y nuestro estómago nos avisara que estamos por caernos y quemarnos y todo tipo de torturas, decidiéramos seguir el consejo que nosotras mismas le daríamos a nuestras amigas en la misma situación?

Porque yo siempre estaré a favor de vivir la vida y YOLO y besa muchos sapos y déjate llevar… pero una llega a una edad chicas, en que cada tropiezo con la misma piedra deja estragos horribles.

Una llega a una edad en la que se da cuenta de que hay historias que se puede evitar, que al final, el tiempo sola haciendo cosas interesantes será mejor invertido que el poco tiempo de calidad que un patán te puede dar.

¿Qué pasaría si, cuando estés a punto de hacer algo que sabes (porque todas sabemos) que sólo te va a traer problemas innecesarios, te aconsejaras a ti misma y siguieras tu consejo?

Los años de rebeldías amorosas

Hay una etapa, en la vida de todos, en la que nos damos el lujo de adaptarnos a los otros  casi sin darnos cuenta.

Para muchos ocurre entre la secundaria y la prepa, cuando nuestros gustos no están definidos porque nuestro universo es limitado. Te gusta la música que has tenido oportunidad de escuchar, la que oían tus papás, tus hermanos mayores, tus vecinos, las personas con las que has tenido contacto en la vida, y sobre eso tienes una opinión, pero el universo conocido a los 13 años es bastante limitado.

Así, a los 14 puedes decir que no te gustan las cumbias que escuchaban tus tías o que la música clásica de tu abuelita te parece aburrida, todo esto antes de que a los 26 le encuentres una onda retro nostálgica que la regrese a tus gustos musicales.

Y hablar de la música es un ejemplo, pero lo mismo pasaba con todo. Si a los 13, 14, o 15 aparece un muchachito clavado en el metal era muy común que nos volviéramos metaleras, o el chavito que escuchaba trova con su primo y entonces Fernando Delgadillo se volvía el tema romántico de un sinfín de relaciones.

Son los años de rebeldías amorosas. Años en que vamos adquiriendo gustos prestados antes de hacerlos nuestros, antes de decidir si van a permanecer en nuestro repertorio de preferencias de acuerdo a nuestras personalidades. Son los años de piercings, tatuajes, pelos de colores, cortes extremos, o comportamientos radicales que surgen de ideas prestadas, de gustos ajenos, y de un desconocimiento de universos paralelos.

Nos damos el lujo de adoptar ideas ajenas y volverlas propias, defenderlas a capa y espada como si hubieran nacido en nosotros sólo porque el gran amor de tu vida (en ese momento) las adoptó de alguien más y son parte de su universo.

Por lo general, los años de rebeldías amorosas transcurren en la adolescencia, cuando todo es rebelde y el amor es mágico y los sentimientos son definitivos. Años dramáticos en los que vamos formando nuestras personalidades y un mes podemos colgar a Britney Spears de la puerta del clóset y al mes siguiente conocer al imbécil que nos haga colgar a Jenni Rivera (cada quien donde haya crecido).

Estos gustos y encuentros con otros universos contribuyen a formar nuestras personalidades a definir a futuro quiénes seremos. Por eso a mi me encanta preguntar más allá de ¿qué música escuchas? ¿qué música escuchabas en la prepa? ¿De quién tenías pósters colgados en las paredes? Porque generalmente viene una buena historia detrás mientras con nostalgia recordamos nuestros años de rebeldías amorosas.

Esta etapa no está determinada por la edad. Es curioso encontrar chavos de 25 años que apenas están descubriendo sus rebeldías y que al chico más serio un día lo ves metido en un concierto de Calle 13 al lado de una chavita que baila y disfruta esta música porque es parte de su personalidad adulta. Me sorprende cuando estas cosas pasan a edades curiosas.

Yo viví mis años de rebeldías amorosas a los 15, como muchas personas, y hay gustos que permanecen y gustos que ahora son culposos y otros que digo ¿cómo me gustaba eso? para gusto y recocijo de mi madre.

Es divertido ver a quienes les toca vivirlos a los 25 o a los 30, porque la percepción de la rebeldía es diferente. Nadie se da cuenta de que está siendo rebelde, sobre todo cuando las acciones se deben a otra persona. Pocos tienen el valor de admitir que no es que a ti te guste, sino que te gusta estar con esa persona a la que le gusta Molotov, o Daddy Yankee o Mozart (gusto genuino, no por onda hipster).

Y es más divertido, y deprimente tal vez, darme cuenta de que los que vivimos nuestras rebeldías amorosas en la adolescencia llegamos a los 25, y a los 26 en mi caso, con gustos bastante formados e ideas bastante precisas sobre la vida, porque hemos conocido diferentes universos en el camino y nos hemos enamorado de muchos estilos y gustos y hemos colgado cientos de pósters en las paredes para terminar dejando únicamente los que realmente nos gustan. Es como mirar las fotos de la prepa y decir ¿cómo me vestía así? y recordar que lo hacías porque a ESA persona (que en ese momento era EL amor de tu vida) le gustaba.

Y ahora, a los 26, y aunque sigues aprendiendo de cada persona que cruza tu camino, tienes una personalidad definida que va acompañada de ciertos gustos que no cambian. Ya para estas alturas descubriste la trova, la música clásica, el rap, el metal, el rock pesado, la cumbia, el cuarteto, la bachata y hasta la gaita y sabes exactamente qué te gusta, qué puedes tolerar por amor, y qué te va a hacer salir corriendo.

De las muchas cosas que le extraño a mi ex es su gusto musical… Creo que era lo único bueno que tenía…